jueves, 12 de marzo de 2009

Poesía Patria

El arte, ya sabemos, es una de las fuentes para el estudio de la Historia.
La poesía del siglo XIX, escrita al estilo del romanticismo, tomó temas de los acontecimientos entonces recientes para recrear con orgullo esos episodios.
El escritor Guillermo Prieto publicó una serie de "Romances históricos". He aquí una selección de ellos:


Romance del 15 de septiembre

Golpes suenan en la puerta,
en la puerta del curato;
golpes y voces que llaman
ansiosas al cura Hidalgo...
Se hace luz en las estancias,
se pasean los caballos,
entran Allende y Aldama
del cura en el pobre cuarto,
y sin muchas precauciones,
ni más rodeos, ni preámbulos,
dicen: "Estamos vendidos:
¿Qué resolución tomamos?"
Oye la nueva tranquilo
con calma y sosiego Hidalgo,
mientras se ajusta las medias,
y ordena que venga un criado
para que den chocolate
a sus valientes aliados...
Manda llamar los serenos
y a su hermano don Mariano.
Se encendieron unas teas
que agitaban unos cuantos:
las boruquientas campanas
despiertan al vecindario;
acuden al llamamiento
gentes a pie y a caballo,
y en una de las ventanas
de aquel inmortal curato,
erguido, grande, sublime,
asoma su busto Hidalgo.
Grita: "¡Muera el mal gobierno!"
Alza la llama el entusiasmo
y el pueblo se siente libre,
y en el polvo sus tiranos...
Quince inmortal de septiembre
de ochocientos diez, los fastos
escribieron, y esa fecha...
pasan sin tocar los años.


Famoso romance del gran Morelos

Con la bendición de Hidalgo,
con la esperanza en el pecho,
por compañero su brazo
y por protector el cielo,
de Necupétaro humilde
sale entusiasta Morelos,
llevando en la mente unmundo
de heroicos presentimientos
que en hazañas inmortales
hacen tornar los ensueños.
Diez años contaba el siglo
de noviembre entre los hielos:
al sur marcha el gran caudillo,
donde hace su nido el fuego,
y do la tierra fecundan
del sol los ardientes besos.
Por la hacienda de la Balsa
el héroe pasa en silencio,
y andando más adelante,
de milicias un sargento
le regala unos fusiles
tan maltratados y viejos
que al dueño, no a su contrario,
causaban pavor y miedo;
y unas lanzas que parecen
por su inofensivo aspecto,
que lloraban su desdicha
de no haber quedado leños.
Mas congrega voluntades
con su palabra y su aspecto;
los unos sabio le llaman,
y los otros caballero,
y en pos de sí se llevaba
a los hombres y a los pueblos
Así penetró hasta Tecpan,
cuyas puertas se le abrieron
como dos brazos que estrechan
a su señor y a su dueño.
Y al aturdir de los vivas
y al desbordarse el afecto
a servir en sus banderas
se presentan dos mancebos,
ufanos, briosos, altivos
tan valientes como buenos.
eran éstos los Galeanas,
que después resplandecieron
como unos soles fulgentes
de nuestra gloria en el cielo.
La corriente de patriotas como río va creciendo...
Crece, crece caudaloso,
que vas para el mar inmenso:
crece, que en tus ondas llevas
gérmenes de ilustres hechos.
Así la fuerza insurgente
se dirige al Veladero,
y de las iras de España
se oyen los primeros truenos,
apenas cruza el combate,
por los campos como el viento;
pero de muerte y venganza
estallaron los acentos,
y en las olas de Acapulco
fueron a morir los ecos.


Romance primero de Mina

¿Quién es ese que descuella
grande como ígnea montaña,
como sol resplandeciente,
bello como la esperanza,
gritando a los insurgentes:
"¡No desmayéis! ¡A las armas!"
Cuando creen que todo muere
y está expirando la patria?
Vedlo: juventud ardiente
le hace erguido como palma;
lleva en su frente la aureola
de las heroicas hazañas,
y acredita que es oriundo
de los campos de Navarra,
lo esforzado de su pecho,
lo invencible de su espada.
Viene, después que renombre
dejó en su nativa patria,
la libertad adorando, de gloria sedienta su alma.
Una pléyade le sigue
de gente tan extremada,
que cada hombre es una estrella
que nuestro horizonte aclara.
Toca en Soto la Marina,
A Tamaulipas se lanza,
y el trono de los virreyes
retiembla con sus pisadas...


Romance de la entrevista

Con desgarrados vestidos,
de pie desnudo en el suelo,
y como en vellones toscos
a los ojos los cabellos;
al hombro viejos fusiles,
calcinados de hacer fuego;
pero orgullosos, audaces,
ágiles como resueltos,
caminan a Teloloapan
los soldados de Guerrero.

Con uniforme de gala,
sable corvo, bota fuerte,
el rubio cabello alzado
sobre las pálidas sienes,
aguarda el héroe de Iguala
a Guerrero don Vicente,
sin decidir su ha contento
o si ha pesar de que llegue.
Entrambos disimularon
sus sensaciones al verse,
y ocultaron desconfianzas
que los alejaron siempre.
Era el uno el artificio;
otro la verdad agreste;
uno el hombre de las clases;
es del pueblo don Vicente;
uno promesas prodiga;
el otro los hechos quiere;
Pero ambos a un pensamiento
decididos obedecen,
que es el de la Independencia...


Romance de la entrada triunfal

inunda la muchedumbre
caminos, plazas y calles,
y como en torrentes surge
de los puntos más distantes.
Cortinas y gallardetes
bosques forman en los aires;
y en los techos y cornisas,
y en las ramas de los árboles
hierven los espectadores
por ver a los trigarantes,
y cabalgan tiernos niños
en los hombros de sus padres.
Azoteas y cornisas,
lo que impera y sobresale
eran orlas de curiosos,
eran racimos colgantes
de léperos y muchachos
invasores de los aires;
eran ojos, eran bocas,
y era vida exuberante.
Y era el verse esos colores
de los trajes singulares,
la negra saya, la enagua
con lentejuelas brillantes,
la manta del pueblo rudo,
de las damas los encajes,
el escote de la curra,
junto del sayal del fraile;
el sombrero acanalado
y el sombrero de petate,
y alternando con la seda
la tilma semisalvaje.
Las copas, de mano en mano
corrían hasta agotarse:
todas las gentes se amaban,
todas reían sociables,
y la vieja barrigona,
entre su prole chillante,
repetía entre las risas
de los léperos tunantes:
"Vamos a ver a Güero
y a ver a su coro de ángeles".
A las diez de la mañana
las calles parece que arden;
del ejército que llega
el cañón da las señales,
y se agitan los curiosos,
y se agolpan hasta ahogarse,
retumbando los cañones;
y las esquilas vibrantes
en las empinadas torres
que de estruendo se deshacen.
Aparece el primer jefe
de la fuerza trigarante;
Iba en su negro caballo,
más negro que el azabache,
como al salir de la noche
se ve la aurora brillante;
era verde su casaca,
y era el guarnés de su alfanje
esmeraldas y rubíes
salpicados de brillantes;
y llevaba tres ricas plumas
del sombrero por remate,
con los tres lindos colores
marcados por nacionales;
Pero abrid campo que llega
uno grande entre los grandes,
blanco, majestuoso, digno,
con el pelo de azabache,
con la nariz pronunciada,
barba aguda, ojos amantes...
Ése es don Nicolás Bravo,
es el que en divino arranque
vengó con perdón sublime
las afrentas a su padre.
--¿Y ese gigante? --Es Guerrero,
el insurgente indomable.
Su corcel deja Iturbide,
descubre la frente altiva,
y su rubia cabellera
como aureola semira.
"Señor --le dice el alcalde
mostrando una fuente rica
con desmesurada llave
cuajada de piedras finas--,
México, reconocido,
su llave de oro os envía,
para que entre con vosotros
de nuestra patria la dicha."
E Iturbide le contesta
con voz que de tierna vibra:
"Id a decir, concejales,
a vuestra ciudad querida,
que siempre pensé en su gloria,
que de su ventura es digna,
y que cumplí como su hijo
cuando le ofrecí mi vida..."
Así a Palacio llegaron
las trigarantes insignias,
así pasaron las horas
y así la noche, escondida,
dejó encenderse mil luces
para prolongar el día...

Después de la guerra de Independencia, todavía ocurrieron muchos enfrentamientos en el siglo XIX mexicano, como la invasión norteamericana y la intervención francesa.
A estos procesos dedicó el poeta modernista Amado Nervo dos hermosos versos:

Poesía a los niños héroes

Como renuevos cuyos aliños
un viento helado marchita en flor,
así cayeron los héroes niños
ante las balas del invasor.

Allí fue... los sabinos la cimera
con sortijas de plata remecían:
cantaba nuestra eterna primavera
su himno al sol:
era diáfana la esfera;
perfumaba la flor..., ¡y ellos morían!

Allí fue... los volcanes con sus viejos albornoces
de nieve se envolvían,
perfilando sus moles a lo lejos:
era el valle una fiesta de reflejos,
de frescura, de luz... ¡y ellos morían!

Allí fue... Saludaba al mundo el cielo,
y al divino saludo respondían
los árboles, la brisa el arroyuelo,
los nidos con su trino del polluelo,
las rosas con su olor... ¡y ellos morían!


Guadalupe La Chinaca

Con su escolta de rancheros,
diez fornidos guerrilleros
y en su cuaco retozón
que la rienda mal aplaca,
Guadalupe la Chinaca
va a buscar a Pantaleón.
Pantaleón es su marido,
el gañán más atrevido
con las bestias y en la lid;
faz trigueña, ojos de moro,
y unos músculos de toro
y unos ímpetus de Cid.
Cuando mozo, fue vaquero,
y en el monte y el potrero
la fatiga lo templó
para todos los reveses,
y es terror de los franceses
y cien veces lo probó.
Guadalupe está orgullosa
de su prieto; ser su esposa
le parece una ilusión,
y al mirar que en la pelea
Pantaleón no se pandea,
grita: ¡Viva Pantaleón!

Ella cura los heridos
con remedios aprendidos
en el rancho en que nació
y los venda en los combates
con los rojos paliacates
que la pólvora impregnó.

Con su faz encantadora,
más hermosa que la aurora
que colora la extensión;
con sus labios de carmines,
que parecen colorines,
y su cutis de piñón;

se dirige al campamento,
donde reina el movimiento
y hay mitote y hay licor;
porque ayer fue bueno el día,
pues cayó en la serranía
un convoy del invasor.

¡Qué mañana tan hermosa!
¡Cuánto verde, cuánta rosa!
¡Y qué linda la extensión
rosa y verde, se destaca
con su escolta la Chinaca
que va a ver a Pantaleón!

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