El modelo educativo
2016: poesía y realidad
Clara
Guadalupe García
¿En
qué momento se impuso la idea en la educación tradicional de que en la escuela
los alumnos iban a “cumplir” y no a aprender?
Porque ciertamente ese es uno de los
vicios que han llevado a las calamidades que se aprecian en la educación. ¿Para
qué repetir que hay jóvenes universitarios que no saben leer y que no tienen
ortografía? Sin generalizar, pues desde luego hay alumnos y maestros
brillantes, escuelas que son un ejemplo y de todos modos la sociedad sigue
produciendo personas que funcionan (funcionamos creo yo) en ella, es verdad que
uno de los problemas de nuestro sistema educativo es haber perdido de vista lo
que desde el siglo XVIII señalaban los pedagogos de la naciente modernidad: la
escuela forma para la vida, de igual manera que la familia y la sociedad
inciden en la formación de los tiernos niños, que con el contacto más o menos
planeado, inducido, se formarían como seres humanos. No se nace ser humano,
señala Fernando Savater, recordando a Kant.
Así pues, este viejo modelo educativo
que ahora la autoridad propone modificar ha servido para que haya médicos,
ingenieros, secretarias, literatos, artistas, chefs y hasta microbuseros y
políticos. Claro que no es solo la escuela la que nos forma, sino también los
medios, la familia, los amigos y la sociedad que van creando los “tipos
antropológicos” que corresponden a una sociedad determinada, aunque en este
momento hay que centrar nuestra atención en la escuela, pues es en efecto una
de las herramientas más poderosas para incidir en la formación de las personas.
El modelo presentado la semana pasada
consta de dos documentos: uno de 140 cuartillas, titulado precisamente “Modelo
Educativo 2016”, y otro de casi 400 páginas con el título de “Propuesta
curricular 2016 para la educación obligatoria”. Es fácil acceder a ellos en la
página de la Secretaría de Educación Pública. No tan fácil es leerlos, pero hay
que hacerlo y analizarlos. Aquí iniciaré mi análisis del primer documento. Hubo
otro documento anterior, tal vez documento de trabajo, que circuló en las redes
y que es poco más o menos una versión anterior de estos documentos, sin lo referido
al bachillerato que ahora sí se toca en la “Propuesta curricular…”.
En un breve recuento histórico, el
documento parte de considerar que el modelo actual tiene su origen en las
propuestas de José Vasconcelos de los años 20 del siglo pasado y luego las
aportaciones de Torres Bodet en sus dos periodos como secretario de Educación.
Nada que recordar acerca de que el maestro Vasconcelos se basó desde luego en
las propuestas construidas por Justo Sierra durante el Porfiriato, y de que la
formación de los maestros viene de la fundación de las escuelas normales,
igualmente porfirianas, y no del Instituto Nacional de Capacitación del
Magisterio surgido en los años 40. Pero eso atenta contra mitos establecidos y
mejor aquí se queda el documento.
El texto señala que la educación
tradicional se centró en la enseñanza y no en el aprendizaje (p. 17); que los
cambios propuestos se apoyan en la filosofía que anima al artículo 3° de la
Constitución y que busca crear mexicanos con “convicción y capacitados para
contribuir a una sociedad más justa e incluyente, respetuosa de la diversidad,
atenta y responsable hacia el interés general”.
En el siglo XXI, calificado como una
época en que se vive “la sociedad del conocimiento”, la educación debe basarse
en el aprendizaje de los estudiantes, no en la cátedra que pueda impartir un
maestro, que pontifica ante escuchas pasivos que recibirían las sesudas
enseñanzas. Esto es cierto y bastante evidente. Agrega que la memorización de
hechos, conceptos o procedimientos es insuficiente
en este contexto, en que los jóvenes y los niños pueden acceder mediante las
tecnologías digitales a informaciones de todo tipo.
Falta un análisis más profundo de
cuál es el contexto actual en que va a operar el nuevo modelo educativo. Llamar
“sociedad del conocimiento” a la sociedad globalizada es una falacia al menos.
Tal vez un documento de esta naturaleza no permita grandes declaraciones
filosóficas y pronunciamientos políticos, pero al menos sí se deben señalar tres
aspectos fundamentales de la perversidad del capitalismo feroz: el consumismo y
el afán de enriquecimiento; la desgarradora desigualdad que provoca pobreza y
enriquecimiento extremos, y la manipulación a que constantemente se pretende
someter a la mayoría de la población del mundo. No sé si declarar que la
escuela debe formar a niños y jóvenes que viven y vivirán en estas condiciones
sea factible, pero hablar de “humanismo” en abstracto es un intento de endulzar
un proyecto que podría ser realmente renovador de nuestra sociedad y de la
esperanza verdadera en una vida mejor.
Aunque el documento señala que su
modelo pedagógico es el “socio-constructivismo”, también afirma que se basa en
la definición y desarrollo de “competencias” que los estudiantes deberán de ir
desarrollando para lograr una apertura intelectual, un sentido de
responsabilidad, el conocimiento de sí mismo y la habilidad para trabajar en
equipo.
Supuestamente la propuesta se basa
en más de 15 mil planteamientos que se presentaron en los foros de consulta
efectuados durante 2014. Sin embargo, este documento no cita cuáles propuestas
de esos foros presentaron las ideas que conduzcan a esta presentación que
efectivamente cambia de manera radical los contenidos y las formas en que habrá
de desarrollarse el trabajo escolar. Únicamente se cita, en este planteamiento
teórico, a autores extranjeros (Michel Schnider, Elizabeth Stern, James Appleberry,
César Coll, Hanna Dumont, David Istance, Francisco Benavides), algunos de cuyos
textos fueron editados por la OCDE.
El aprendizaje basado en
competencias es el primer punto que debe discutirse. No es una novedad en
México y menos en el mundo; muchas instancias superiores y de bachillerato ya
trabajan sobre este planteamiento. Se trata de definir en qué debe ser
competente un estudiante al egresar de cierto nivel; así ha sido pues los
profesionistas, los buenos profesionistas, son competentes para ciertas
cuestiones en sus respectivas áreas, y en la educación básica también se
esperaba que los estudiantes fueran competentes en ciertas habilidades básicas.
Pero la malhadada palabra “competencia” es todavía interpretada por muchos
críticos como una idea en que se pondrá a competir a los estudiantes, o se les
formará para ser competitivos. Aunque se ha insistido en que en este caso “competencia”
deriva de ser competente y no de competir, la confusión persiste y tal vez
podría cambiarse por definir, como hacen algunos pedagogos que el modelo
definirá los “conocimientos, habilidades y actitudes” que deberán desarrollar
los estudiantes para actuar en situaciones distintas a la escuela.
Estos son,
desde mi punto de vista, los primeros elementos que habría que discutir, además de la realización, que será el trabuco más importante. Corre el riesgo, como tantos otros ordenamientos en México, de quedarse como un documento con puntos correctos, que pretende resolver problemas, pero que no se aplicaría o no se aplicaría correctamente.
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