Don Benito Juárez fue profesor de
Porfirio Díaz en el Instituto Científico y Literario de Oaxaca, donde el
segundo estudió la carrera de abogado.
Porfirio
Díaz había sido uno de los héroes que llevó al triunfo al bando republicano ante
el imperio de Maximiliano de Habsburgo. Fueron muy valiosas las victorias que
obtuvo al recuperar Puebla y la Ciudad de México para los juaristas, mientras
otra parte del ejército antiimperialista rodeaba Querétaro y capturaba al
triste emperador austriaco. Además, había ya tenido la experiencia de gobernar
un gran territorio, pues durante la época de la intervención francesa el
presidente Juárez encomendó a su paisano la administración militar de los
estados de Veracruz, Tabasco, Chiapas y Oaxaca, en la medida en que esto era
posible en medio de la guerra.
Así
pues, Díaz tenía muchos simpatizante y apoyadores que lo respaldaron en sus
intentos por escalar el mayor puesto político: la Presidencia de la República.
Porfirio
Díaz se presentó como candidato en 1867 y perdió ante Juárez, quien había
conservado el poder desde 1857, en medio de los avatares de la guerra contra
los conservadores y contra el Imperio. De todas maneras no fue despreciable un
50 por ciento de la votación que obtuvo en esa ocasión el general oaxaqueño.
Ante
una nueva reelección de Juárez en 1872, Díaz lo desconoció como autoridad con
el Plan de la Noria. Depuso las armas ante la muerte del benemérito, pero
conservó su animadversión hacia Sebastián Lerdo de Tejada, quien había ocupado
el cargo ante la falta de presidente. Lerdo de Tejada buscó reelegirse en 1876
y, para diciembre de ese año, Díaz nuevamente se levantó en armas con el Plan
de Tuxtepec, protestando por la reelección de Lerdo, ya tendría tiempo de
cambiar de opinión, pues Díaz, como sabemos, se reelegiría en siete ocasiones.
Más
organizado y con la experiencia militar que lo llevó muchas veces al triunfo,
Porfirio Díaz venció a las fuerzas lerdistas en una épica batalla en Tlaxcala,
en la hacienda de Tecoac.
Para
enero de 1877, Porfirio Díaz se presentó como candidato a la Presidencia y,
ahora sí, resultó triunfante. Así comenzó su primer periodo que entonces era de
cuatro años, y comenzó el periodo histórico que lleva su nombre: el Porfiriato.
En
esos primeros cuatro años, Porfirio Díaz enfrentó una docena de conspiraciones
y levantamientos para derrocarlo, la mayoría de partidarios de Lerdo de Tejada,
quien se había exiliado en Nueva York. Uno de esos levantamientos ocurrió en
junio de 1877, y se suponía que la tripulación de dos barcos, surtos en
Tlacotalpan, se declararía insurrecta. Diaz se enteró de la trama y envió al
gobernador de Veracruz una lista con los nombres de los implicados que vivían
en el puerto.
El
gobernador era Luis Mier y Terán, quien apresó a los implicados, los llevó al
cuartel militar y ahí fusiló a nueve de ellos. La reacción de la opinión
pública no se hizo esperar, pero a pesar de ello el episodio quedó impune, pues
Díaz no hizo nada para que su incondicional Mier y Terán fuera castigado. Al contrario,
lo apoyó para mantenerse en el gobierno y luego lo premió con otros cargos
políticos. Sin embargo, esta cruda represión marcó el fin de los intentos por
derrocar a Díaz y entonces dio inicio “la paz porfiriana”.
Después
de los cuatro años del primer gobierno de Díaz, respetando la ley y la postura
contraria a la reelección, Díaz dejó como presidente al general Manuel
González, el militar a quien debió la victoria de Tecoac. Durante ese
cuatrienio comenzó levemente la reactivación económica pero lo más importante
es que se modificó la ley para permitir la reelección del presidente, con el
argumento de que no era consecutiva.
El
caudillo de Tuxtepec ya era un político maduro cuando retomó el poder en 1884. Había
desarrollado la habilidad de congraciarse con sus opositores, o neutralizarlos
si aquello no era posible: utilizó preferentemente las herramientas políticas
de la conciliación, más que la represión. Con el tiempo se convirtió en una
presencia patriarcal a la que se pedía opinión, apoyo, arbitraje e inclusive
padrinazgo, para toda clase de asuntos.
Evidentemente,
a lo largo de su prolongado gobierno, enfrentó descontentos y conflictos
políticos, de los que salió airoso. Sus críticos y enemigos quedaron marginados
del acontecer social o fueron encarcelados. En los casos en que protagonizaron
rebeliones, incluso fueron muertos o exiliados.
Desde
el primer periodo de gobierno de Díaz, un grupo de intelectuales adicto a su
gobierno planteó que la ideología liberal debía transformarse, al haber accedido
al poder. En su inicio, tuvieron como tribuna al periódico La Libertad, y su vocero más importante era Justo Sierra. En este
diario expusieron sus pensamientos, que fueron prontamente respondidos por los
viejos liberales, por lo que se desató la polémica.
Los
jóvenes periodistas de La Libertad decían
que había que estudiar científicamente a la sociedad. Sus críticos les
endilgaron entonces el apodo de “científicos” y así fueron conocidos los
intelectuales partidarios del Porfiriato.
Años
después, los liberales moderados tuvieron un nuevo y mucho más amplio foro: el
periódico El Imparcial. Este diario
penetraba por su modernidad y su bajo precio en grandes sectores de la
población; fue dirigido por el también oaxaqueño Rafael Reyes Spíndola. En sus
páginas nuevamente los “científicos” externaron sus ideas y polemizaron con la
vieja guardia liberal.
El
cambio producido en el liberalismo de los tiempos heroicos de la lucha contra
los conservadores o contra el imperio de Maximiliano, en relación con el
liberalismo del Porfiriato, se explicaba por los personeros del régimen como
una “evolución”, pues para ellos ya había pasado el momento de combatir; ya
habían triunfado y entonces les correspondía cosechar, afianzar los logros,
avanzar por la senda del progreso y volverse más tolerantes. Esta teoría “evolucionista”
era la filosofía predominante en todo el mundo occidental en ese final del
siglo XIX, que pretendía que el desarrollo de la sociedad capitalista era el
que necesariamente debían seguir las naciones para alcanzar la felicidad de sus
habitantes: primero lograr el progreso, el desarrollo económico, para lograr la
participación de la riqueza y la cultura para todos.
En
efecto, el desarrollo económico durante la paz porfiriana fue posible, por
primera vez desde 1810, tras décadas en que estuvo hundido el país
irremediablemente en la guerra, es decir, en la destrucción.
Desde
el poder político, con el conocimiento de los proyectos específicos para
invertir los dineros públicos, fue
posible favorecer negocios particulares. Eso no es exclusivo del
Porfiriato. pero al referirnos a este periodo específico, debemos señalar que,
en efecto, hubo familias y personajes de la industria y las finanzas que
obtuvieron provechos específicos a la sombra del régimen.
Entre
la élite que predominó en ese tiempo no hubo solamente familias mexicanas, sino
también capitalistas alemanes, españoles, franceses, ingleses, estadunidenses e
irlandeses, que se avecindaron en México y formaron empresas comerciales y de
otras ramas de la agricultura y la industria, así como las nuevas actividades
bancarias.
Respecto
a las finanzas, el ministro de Hacienda José Ives Limantour pudo entregar
cuentas que reflejaban la estabilidad en este rubro, aumentando constantemente
el superávit de los haberes del erario. Asimismo, en esta época se fundaron
instituciones bancarias y se creó la Bolsa de Valores.
Es
necesario destacar que la infraestructura tuvo gran impulso, a través de
inversiones específicas que permitieron la modernización de otras ramas de la
actividad. Por ejemplo, se impulsó la construcción de líneas ferroviarias por
todo el país, pues se consideró que serían gran aliciente al comercio, como en
efecto lo fueron. Al final de este periodo se habían construido más de 18 mil kilómetros
de vías que conectaban a las poblaciones más pobladas del país y otras no tan grandes. Para 1908 el
gobierno porfiriano adquirió las acciones del Ferrocarril Central y el
Ferrocarril Nacional, con lo que constituyó la empresa Ferrocarriles Nacionales
de México, propiedad estatal, que fue base para la posterior nacionalización de
esta rama industrial, que continuarían los gobiernos de la Revolución.
El
progreso material también se reflejó en la constante instalación de nuevas
empresas mineras, textiles, de transportes, agrícolas, portuarias, eléctricas,
urbanísticas, petroleras. En esta época se exportaron productos como limón,
vainilla, henequén, tabaco y cigarros, chicle; se concretaron vastas transformaciones
realizadas por capitalistas como Íñigo Noriega, quien desecó en diez años la
laguna de Chalco, mientras que en Tamaulipas arrancaba al desierto centenas de
hectáreas, mediante la irrigación, para destinarlas a la producción de algodón;
se fundaron las primeras compañías de seguros y prósperos comercios como la
Casa Boker y el Palacio de Hierro.
Entre
las obras portuarias realizadas, hay que mencionar los de Veracruz,
Coatzacoalcos, Salina Cruz, Huatabampo, Manzanillo y Acapulco, junto con un
moderno sistema de faros situados en las costas y en las islas.
Otro
aspecto del progreso material alcanzado en esos tiempos se refiere a los
descubrimientos médicos que llevaron a la eliminación de por lo menos dos
grandes males que pesaban sobre la salud de los mexicanos: la fiebre amarilla y
la peste bubónica, así como la disminución radical de la tuberculosis, mediante
la promoción de las entonces novedosas técnicas higienistas.
El
progreso intelectual fue tan importante que debemos reconocer que en este
periodo se constituyó por primera vez un verdadero sistema de educación
pública. Entre otros educadores de la época hay que mencionar a Alberto Correa,
Ezequiel Chávez, Gregorio Quintero y Justo Sierra. El pedagogo suizo Enrique
Rébsamen fue traído a México para concretar el proyecto de formar las escuelas
para preparar a los profesores de la educación básica: las escuelas Normales,
que en su mayoría fueron para señoritas.
Justo
Sierra, aquel que fuera joven periodista, fue el primer ministro de Instrucción
Pública y Bellas Artes. La formación de este ministerio especial, que antes era
parte del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, es una muestra de la
importancia que tuvo este rubro para el gobierno porfirista.
En
otros niveles de la educación también hubo avances. Uno de los más importantes
fue la reapartura de la Universidad Nacional, que había estado cerrada desde
1833. En estos años se graduaron las primeras mujeres profesionistas de nuestro
país: la primera médica, Matilde Montoya; la primera abogada, María Asunción
Sandoval; la primera odontóloga, Margarita Chorné.
También
se abrió el sistema de educación a niños pequeños, el kindergarten, así como
escuelas de artes y oficios para jóvenes y señoritas, y las escuelas especiales
para niños ciegos, sordos y –como se decía entonces– con retardo.
En
el ámbito académico, la Escuela de Bellas Artes, el antiguo Colegio de San
Carlos, envió becados a Europa, con recursos gubernamentales, a un estudiante
distinguido cada año. Uno de los estudiantes que mereció este apoyo fue el
guanajuatense Diego Rivera.
De
la generación anterior a Diego Rivera destaca el paisajista José María Velasco,
profesor de esa escuela. Muchos otros pintores también realizaron trabajos
sobresalientes, como Félix Parra, Germán Gedovius y Julio Ruelas.
En
el arte popular es muy notable la obra del dibujante y grabador José Guadalupe
Posada, quien llegó a formar un universo que retrata aspectos de la vida de su
momento, pues ilustró una gran variedad de folletos y papeles sueltos, como
cancioneros, recetarios, modelos para carta y brindis, noticias policiacas,
políticas, taurinas, etcétera.
En
música, son importantes varios compositores y ejecutantes, como Melesio
Morales, Ricardo Castro, Gustavo Campa, Manuel M. Ponce. No puede omitirse a
Macedonio Alcalá, autor del bello vals Dios
nunca muere, ni a Juventino Rosas, creador del vals Sobre las olas, ni tampoco a Alfredo Carrasco, compositor del Adiós.
La
abundante producción escultórica de esta época se empleó para embellecer las
avenidas de las ciudades importantes, al grado de que no faltó quien criticara
la “manía de estatuas” en que se había caído. Entre los escultores más
importantes están Jesús F. Contreras y Miguel Noreña.
En
la literatura, el romanticismo produjo deslumbrantes frutos con poesís, novel
ay drama de autores como Vicente Riva Palacio, Salvador Díaz Mirón, Luis G.
Urbina, Juan A. Mateos, Rubén M. Campos. En este periodo floreció también la
corriente literaria llamada moderna, que tuvo como su cuna a la Revista Moderna. En esta nueva camada de
literatos modernistas participaron José Juan Tablada, Manuel Gutiérrez Nájera y
Amado Nervo, así como los realistas Federico Gamboa, Heriberto Frías y Ciro B.
Ceballos.
Al
analizar el Porfiriato, es preciso no limitar nuestra visión a la enorme figura
del dictador reeleccionista, quien para algunos historiadores parece dominar
toda su época, sino observar también las realizaciones y luchas de todos sus
contemporáneos, quienes pudieron actuar, por primera vez, después de seis
décadas de guerras y caos, bajo un régimen que se justificaba a sí mismo como
propiciador de la paz y el progreso. Eso último tampoco se puede ocultar al
estudioso de la Historia.
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